En quince años, el mar Mediterráneo se ha convertido en una tumba marina para los migrantes que intentan alcanzar las costas europeas. Desde 2000, 22.000 migrantes fallecieron al tratar de llegar a Europa, es decir, una media de 1.500 muertos al año, según estimaciones de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
La tendencia se ha acentuado en los últimos años: 3.500 muertos en 2014 y 1.867 en los seis primeros meses de 2015. El año pasado, el 78% de los migrantes que murieron en el mundo perdieron la vida en las aguas mediterráneas.
Sin embargo, a pesar de los peligros, un número récord de 137.000 migrantes cruzaron el Mediterráneo en búsqueda de una vida mejor en el Viejo Continente durante el primer semestre de 2015. Es un 83% más respecto al mismo periodo de 2014, según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Un tercio de los migrantes son sirios
Si cada vez más personas están dispuestas a arriesgar su vida cruzando el Mediterráneo es porque tienen buenas razones de hacerlo. La mayoría de ellos son refugiados que huyen de la guerra, de las persecuciones o de la pobreza que enfrentan en su país de origen.
Un tercio de los hombres, mujeres y niños que tratan de alcanzar las costas de Grecia e Italia por vía marítima vienen de Siria. Huyen de la guerra civil que desde 2011 ha provocado más de 250.000 muertos. De acuerdo a un reciente informe del ACNUR, la mitad de los 4 millones de refugiados sirios afluyeron a los países vecinos, Líbano y Turquía.
Es desde Turquía que muchos de ellos continúan su camino hacia Europa por vía marítima hasta las costas griegas e italianas o por vía terrestre hasta Bulgaria, aunque esta ruta es cada vez más cara y más difícil de recorrer por la construcción de una barrera en el lado europeo.
Para alimentar un poco más sus ingresos, los contrabandistas se han convertido en nuevos vendedores de esclavos. En un periplo que puede durar varios años antes de subirse a un barco, los migrantes son víctimas de violaciones, extorsiones y secuestros. Sus verdugos piden hasta 40.000 dólares por su rescate. Los que no pueden pagar son vendidos como esclavos.
Libia, cruce de las rutas migratorias
Los eritreos y los somalíes representan el segundo contingente más importante de migrantes que atraviesan el Mediterráneo desde las costas norteafricanas. Los primeros escapan de una de las dictaduras más represivas del mundo y los segundos de la guerra con los terroristas de Al-Shabab.
El resto de los migrantes provienen principalmente de países de África del oeste. Arrancan frente a la gran pobreza como en Senegal o Gambia y a la violencia como en Nigeria con la presencia de los islamistas de Boko Haram o en Malí donde el norte del país se ha convertido en un santuario yihadista.
Libia es más que nunca el cruce ineludible de las vías migratorias africanas con destino a Europa por el mar Mediterráneo. A sólo 300 kilómetros de la isla italiana de Lampedusa, es la ruta privilegiada por los clandestinos y los traficantes de personas. Hasta 2011, el régimen de Muamar Gadafi controlaba las fronteras de manera relativamente estrecha en función de sus relaciones diplomáticas con los países europeos. Tras la caída del dictador y la guerra civil, el vacío político y la porosidad de las fronteras han generado un efecto llamada para las migraciones desde las costas libias. En 2014, un 75% de los migrantes que cruzaron el Mediterráneo pasaron por Libia.
Un negocio muy lucrativo
En esas rutas, organizaciones mafiosas han sacado provecho de la afluencia creciente de migrantes para llevar a cabo un tráfico de personas altamente beneficioso.
Implantados principalmente en Libia y Turquía, los traficantes se organizan como redes con un alto nivel de profesionalización. Reclutados en las redes sociales, los migrantes pasan de un contrabandista a otro hasta tomar una embarcación con destino a Europa. Con milicias armadas, importantes reservas de viejos barcos y edificios para alojar a los migrantes, las bandas criminales tienen los medios logísticos suficientes para fortalecer su economía paralela.
Es un negocio muy rentable que representa el 10% del PIB de Libia según el ministro italiano de Asuntos Exteriores, Paolo Gentiloni, es decir unos 6 mil millones de dólares.
Algunas redes organizan centenas de travesías del mar Mediterráneo al año. Según cifras de la OIM, al cobrar un pasaje entre 1.000 y 2.000 dólares, los traficantes pueden ganar más de un millón de dólares en un solo viaje con un barco sobrecargado con 700 migrantes.
Además, cobran servicios adicionales a bordo: un chaleco salvavidas cuesta 200 dólares, una botella de agua unos 100 dólares.
De acuerdo a Frontex, la agencia encargada de vigilar las fronteras exteriores de la Unión Europea (UE), el nuevo procedimiento de los traficantes es usar cargueros más grandes para apiñar más pasajeros. Estos barcos, ineptos para navegar, les cuesta sólo unos 30.000 dólares: dejarlos a la deriva es financieramente aceptable.
Para alimentar un poco más sus ingresos, los contrabandistas se han convertido en nuevos vendedores de esclavos. En un periplo que puede durar varios años antes de subirse a un barco, los migrantes son víctimas de violaciones, extorsiones y secuestros. Sus verdugos piden hasta 40.000 dólares por su rescate. Los que no pueden pagar son vendidos como esclavos.
Este tráfico de personas ha proliferado por los riesgos mínimos que corren los contrabandistas. Éstos se han aprovechado del vacío de poder en Estados fallidos como Libia y de las debilidades del sistema de control de las fronteras de la UE.
Si el lanzamiento de una operación europea de lucha contra el tráfico de migrantes en el mar Mediterráneo en junio pasado parece una buena noticia, se hace cada vez más urgente la necesidad de una política migratoria común a todos los países miembros de la Unión. Cualquier esfuerzo individual de los países es insuficiente.